Cuenca y sus alrededores era una escapada que teníamos pendiente desde hacía mucho tiempo, tanto por la cercanía de esta ciudad con Valencia como por la cantidad de bondades que habíamos oído sobre esta ciudad. Por ello, aprovechando un par de días libres en medio del verano de 2020, marcado por las restricciones de movilidad en España causadas por la pandemia del Covid 19, decidimos que era el momento de acometer este viaje.
Como siempre hacemos en este tipo de destinos, buscamos incluir en la visita a Cuenca una parte de descubrimiento de la naturaleza que la rodea y otra muy importante de disfrute gastronómico. El resultado no pudo ser más redondo. ¿Nos acompañas?
CUENCA
Aprovechamos lo cerquita que teníamos el río de nuestro alojamiento para comenzar la visita a Cuenca con un tranquilo y agradable paseo por un camino que bordea La Hoz del Júcar entre el Puente de San Antón y otro puentecito de madera junto a unas cascadas, un poco más hacia el este. Nos detuvimos a ver los preciosos reflejos de los árboles y los edificios en el agua, encantados de poder admirar un lugar tan bonito prácticamente solos.
Justo unos pasos después, una empinada escalinata nos condujo hasta la Puerta de San Juan, desde donde continuamos en dirección a la Torre de Mangana, una torre bien rodeada por una plaza recién restaurada.
Desde el mirador de la plaza tuvimos una vista excepcional de parte del barrio de San Antón y los alrededores de Cuenca.
Un día después volvimos a este mágico espacio junto a la Torre de Mangana para disfrutar de una magnífica puesta de sol. A pocos metros de nosotros, un grupo de personas practicaba yoga al atardecer, poniéndole los dientes largos a Anna, que aprovechó el momento para practicar un poco de meditación oyendo de fondo el sonido melódico del "hang" que acompañaba a las "yoguis" en su práctica.
Es importante saber que la ciudad de Cuenca tiene un desnivel muy pronunciado entre su zona más baja, en la que nos alojamos en el Green River Hostel, a pocos pasos de la Hoz del río Júcar, y el casco antiguo, en los barrios de San Juan y El Castillo, así que lo mejor es calzarse unas zapatillas cómodas o hacer uso de los autobuses lanzadera que por apenas 1,2€ te trasladan de una zona a la otra en pocos minutos.
Seguimos subiendo por las empedradas calles hasta que nos detuvimos en la Plaza de la Merced, otra bonita y recogida plaza en la que se encuentra el Museo de Ciencia de Cuenca, del que principalmente nos interesaba su tosca arquitectura, en contraste con los tradicionales edificios que lo rodean. La estrecha calle del Fuero, que sale desde la misma plaza, nos dejó a los pies de la Plaza Mayor.
Pese a que nos resultó algo incómodo a la vista ver coches circulando por mitad de una plaza tan bonita, tenemos que reconocer que ésta es el corazón que da vida al casco antiguo de Cuenca. Está llena de terrazas perfectas para hacer un paréntesis en la visita y tomar una cervecita y una tapa, y nosotros no íbamos a ser menos. La plaza está coronada por la Catedral, que mezcla elementos barrocos, góticos e incluso neoclásicos, como su llamativa fachada.
La visitamos con tranquilidad un par de días después, y quedamos impresionados por su zona gótica, especialmente por sus vidrieras, todas ellas restauradas utilizando elementos abstractos. Ver cómo se crean juegos de color y luz en el interior del templo nos encandiló, y en gran parte es gracias a la intervención de artistas locales como Gustavo Torner.
Continuamos nuestra ruta hasta las Ruinas del Castillo y los miradores que hay en ese barrio alto de Cuenca, pero no nos detuvimos mucho, ya que Anna tenía una sorpresa para celebrar mi cumpleaños. Íbamos a cenar en el Restaurante Trivio, del chef Jesús Segura, que cuenta con una Estrella Michelin, y teníamos que arreglarnos para la ocasión.
Fue una cena ideal. Probamos productos locales de la mayor calidad a los que se les había dado una vuelta de tuerca para conseguir sabores mucho más redondos, cada uno de ellos acompañado por vinos que maridaban genial con la comida.
¿Pero por qué conoce todo el mundo a Cuenca? Efectivamente, por sus Casas Colgadas, así que ese fue nuestro primer destino durante el segundo día recorriendo la ciudad. Además de disfrutar de verlas por fuera y de cruzar el estrecho Puente de San Pablo y verlas desde la distancia desde el Parador de Cuenca, consideramos que es muy recomendable entrar en ellas para visitar el laberíntico Museo de Arte Abstracto Español.
El recorrido por este museo te conduce por el interior de una de estas casas disfrutando al mismo tiempo de interesantes obras de Chillida, Torner o Miralles. La entrada es libre, así que no hay excusa para perdérselo.
Hablando de arte, uno de los lugares que más nos impresionó de la ciudad fue el Espacio Torner, una galería de arte llena de atractivas pinturas y esculturas de este artista conquense, en la que, arquitectónicamente hablando, se combina la intensidad de las obras expuestas con el austero interior gótico de la Iglesia de San Pablo, en la que está emplazado.
Y no podía ser de otro modo, pues el reconocido estudio de arquitectura de Paredes y Pedrosa fue el encargado de la rehabilitación del espacio como lugar de contemplación de las obras, respetando la integridad de la iglesia existente.
Al salir de esta galería, de nuevo tuvimos que cruzar el Puente de San Pablo, el cual visitamos por la mañana y por la tarde, lo que nos dio una perspectiva bien diferente de las vistas a la parte alta de la ciudad en dos momentos de luz completamente distintos.
Para comer nos habían recomendado acudir a cualquiera de los locales de la Calle San Francisco, en la parte baja de Cuenca, pero en concreto nos habían hablado muy bien de La Ponderosa. Y la experiencia fue para recordar.
Llegamos temprano, antes de que la barra se llenara de gente, así que el hombre que parecía ser el dueño del local, se ofreció a nosotros de forma muy entrañable y nos convenció para que nos quedáramos, a pesar de tener que estar de pie junto a la barra, pues el local no dispone de mesas. Empezamos la experiencia tranquilamente disfrutando de los famosos huevos fritos, junto con un buen plato de torreznos, manjar del que intentamos no abusar pero que nos vuelve locos a ambos.
Después continuamos con un plato de jamón ibérico que estaba para chuparse los dedos y unas setas de altísima calidad que nunca habíamos probado antes, las "amanitas caesareas". Acabamos con un postre típico de pan mojado con vino y mermelada casera de tomate conocido como "picatostes". La atención que nos prestó el barman hizo que la experiencia fuera todavía más satisfactoria.
Para bajar la comida paseamos un poco por la zona, y visitamos por fuera la Biblioteca Fermín Caballero, una obra del arquitecto Miguel Fisac en la que destaca el enorme voladizo de su fachada principal.
Tras un breve descanso en el hostel, dedicamos la tarde a regresar al casco antiguo y pasear de nuevo relajadamente, parándonos en todos los miradores que íbamos viendo a nuestro paso. Llegamos hasta la Bajada de San Martín, una bonita calle en zig zag desde donde tuvimos unas vistas panorámicas de la zona del Auditorio.
De nuevo subimos al barrio del Castillo, donde había mucho ambiente, gente tomando copas en las terrazas o paseando. Nosotros buscamos un rincón en el que abstraernos de ese ajetreo y observar, desde lejos, la ciudad que habíamos recorrido durante el día. La tranquilidad duró hasta que un autobús, hasta arriba de turistas, paró a 20 metros de nosotros. En segundos nos vimos rodeados por una legión de personas, así que nos desperezamos y comenzamos a caminar en busca de un lugar más escondido.
Acabamos el día cenando en Raff San Pedro, otro restaurante en el que nos hicieron disfrutar de una cocina que respeta y trata bien el producto local, pero que no tiene miedo a buscar nuevas formas de prepararlo. Otro acierto gastronómico.
LA SERRANÍA DE CUENCA
En contraste con esa parte más cultural y urbana, queríamos disfrutar también de la naturaleza y de la actividad física, así que decidimos introducir la Serranía de Cuenca en nuestra escapada.
Lo primero que hicimos para adentrarnos en ella fue un recorrido guiado de barranquismo acuático en el río Júcar. La actividad la contratamos con Júcar Aventura, y fue una gozada. Pese a que el agua estaba un pelín fresquita, el monitor hizo que nos pasaran volando las dos horas de saltos de hasta 8 metros y toboganes. Y qué decir del entorno, hacer deporte rodeados de cañones y montañas de esa belleza siempre es un lujo.
Ya duchados y relajados tras las emociones fuertes, queríamos subir hacia el norte del Parque Natural de la Serranía para visitar el Centro de Interpretación, en Tragacete y el Nacimiento del Río Cuervo. La parada en Tragacete fue bastante agridulce, por un lado, el edificio y la exposición sobre fauna y flora local resultaron muy interesantes, pero la comida en el restaurante El Gamo no fue tan satisfactoria, siendo suaves. Hubiera sido mejor haber preparado un bocadillo la noche anterior.
Por suerte nos pudimos desquitar de esta pequeña decepción recorriendo el sendero que nos llevó hasta el mismo Nacimiento del Río Cuervo, siempre rodeados de vegetación e incluso de algún rebaño de ovejas. Fue un paseo muy agradable, en gran parte gracias a lo bien mantenido que está el camino.
Desde allí tomamos una carretera secundaria, cruzando La Serranía por la mitad hasta llegar a Las Majadas, donde tras dar un par de vueltas con el coche buscando el camino, llegamos hasta uno de los puntos más sorprendentes del viaje.
Los Callejones de las Majadas son unas formaciones en la roca erosionada por el agua, el hielo, el viento y los cambios de temperatura. Abajo tuvimos la sensación de estar caminando por estrechas calles llenas de recovecos generados por las caprichosas formas que la naturaleza ha ido generando a lo largo de los siglos. Sin embargo, lo mejor fue subir a la parte más elevada de las rocas y observar el precioso entorno desde allí arriba.
Pero ahí no se acababa nuestra aventura a través de la Serranía de Cuenca, ya que nos habíamos dejado para la última mañana de estancia alguna que otra visita antes de regresar a Valencia.
Lo primero fue acudir a la Ciudad Encantada, donde llegamos a poco de las 10 de la mañana, la hora de apertura, y estuvimos a punto de irnos sin entrar por no llevar dinero en efectivo. Finalmente pudimos arreglarlo con el chico de la taquilla y entrar a ver las curiosas formaciones rocosas a lo largo de un sendero muy bien indicado. El camino se puede completar en poco más de una hora y resulta curioso por los nombres que se ha dado a estas rocas, comparándolos con animales o medios de transporte. Sin duda, perfecto para quien viaje con niños pequeños.
De ahí nos fuimos al Ventano del Diablo, justo el punto desde el que habíamos comenzado la ruta de barranquismo. Tras subir unas escaleras llegamos a una doble apertura en la roca, fruto de siglos de erosión. Parece un balcón desde donde observar el cañón que forma el Júcar.
Por último, como despedida, nos acercamos al Museo Paleontológico, más que por entrar a ver su interior, por disfrutar de su arquitectura exterior, obra de los arquitectos Carlos Asensio, José María de La Puerta y Paloma Campo. Más allá de destacar por sus modernas formas y voladizos, nos gustó mucho que tiene un precioso parque con magníficas vistas a la ciudad de Cuenca.
Fue un fin de semana redondo y muy completo, con naturaleza, cultura, gastronomía y relax. Descubrimos la cantidad de opciones que tiene que ofrecer al visitante una ciudad como Cuenca. Incluso en la época del Covid, nos sentimos muy bienvenidos y pudimos desconectar del día a día a pocos kilómetros de casa.
En el siguiente mapa mostramos los lugares más interesantes para visitar en Cuenca y sus alrededores, así como los mejores restaurantes donde comer en esta ciudad de Castilla la Mancha.
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