Fuerteventura, naturaleza virgen en la isla del viento
Nuestro viaje a Fuerteventura, en las Islas Canarias, fue un ejercicio de adaptación, y es que esta isla tienes que aprender a quererla poco a poco. Si te quedas con las primeras impresiones nunca llegarás a disfrutar de ella como hicimos nosotros. ¿nos acompañas a redescubrirla?

Para nosotros hay una cuestión innegociable, y es que la mejor época del año para ir a Canarias es el inicio del otoño, en los meses de octubre y noviembre, cuando el extraordinario clima canario sigue permitiendo disfrutar de la naturaleza y de algunas de las mejores playas de España, pero el volumen de turismo ha decaído considerablemente.
En el raro año 2020, en el que la pandemia del Covid 19 ha condicionado tanto nuestros movimientos, Fuerteventura nos pareció el destino ideal para nuestras vacaciones. Tras nuestro anterior viaje a Lanzarote, las expectativas eran similares por el tipo de isla al que volábamos, pero nos encontramos algo completamente diferente.

Fuerteventura es la más virgen y salvaje de las islas que hemos visitado en Canarias, pese a que tiene dos o tres zonas muy degradadas por la construcción masiva y el turismo. La isla está dividida en 6 municipios, así que vamos a contarte nuestro viaje recordando lo que más nos gustó y lo que recomendamos ver de cada uno de ellos.
LA OLIVA
La Oliva es el municipio más al norte de la isla de Fuerteventura, probablemente al que más tiempo dedicamos debido a la calidad de sus playas y la belleza de sus espacios naturales.

La experiencia más recomendable en La Oliva es la visita al Islote de Lobos, una pequeña isla inhabitada a la que se puede acceder en barco desde el Puerto de Corralejo. Antes de ir tuvimos que informarnos sobre el permiso necesario para visitar la isla, ya que para preservarla, la cantidad de visitantes diaria está limitada.

Una vez en el islote, comenzamos a caminar por el sendero que rodea y recorre todos los rincones de Lobos. Paramos en unas antiguas salinas justo antes de subir a lo más alto de la Montaña de la Caldera, un espectacular volcán desde el que teníamos una perspectiva privilegiada tanto del islote en sí, como de la costa norte de Fuerteventura y sur de Lanzarote. Un lugar privilegiado en el que nos hubiéramos quedado horas.

Seguimos recorriendo el sendero hasta el punto más cercano a Lanzarote, donde un faro nos proporcionó algo de sombra para hacer una breve pausa. Regresamos por el otro lado de la isla, hasta el Puertito de la Isla de Lobos, donde encontramos una pequeña pero hermosa playa de agua cristalina. En ella nos dimos el primer baño del día antes de regresar a Fuerteventura.

Nada más bajamos del barco que nos llevó de vuelta a Corralejo sabíamos cuál era nuestro siguiente destino. Tras la caminata que nos habíamos pegado necesitábamos un poco de relax, y lo encontramos en las Dunas de Corralejo, otro de los espacios que la naturaleza ha ido creando con el paso de los siglos para convertirlo en una verdadera maravilla.
Nos sorprendió la violencia con que las olas golpeaban la costa a escasos metros de la orilla, pero más aún la belleza de esta enorme playa de arena fina blanca y los tonos del agua, con preciosos variantes cromáticas de azules y verdes.

Para despedirnos de Corralejo decidimos hacer una parada muy especial en una de las muchas queserías artesanales de la isla, cuyo producto estrella es, cómo no, el delicioso queso majorero. En Quesos Artesanos Abuelo Prudencio hicimos acopio de todo tipo de versiones de este manjar, todos ellos elaboradoras a partir de leche cruda. Además, nos los envasaron al vacío para que llegaran en perfectas condiciones de vuelta a Valencia.

Otro de los lugares que teníamos marcado en el plan de viaje como imperdible era la conocida "Popcorn Beach". Nos la habían recomendado nuestros amigos más instagramers, así que nos acercamos a esta curiosa playa cubierta de lo que a primera vista parecen palomitas de maíz, pero nada más lejos de la realidad. En realidad son rodolitos, restos de algas calcáreas que otorgan al lugar un aspecto muy peculiar.
Un poco más al interior, cerca del pueblo de Lajares, que destaca por el sencillo diseño y el estilo de sus casas bajas, hicimos una ruta de senderismo que nadie debería dejar pasar. La subida al Calderón Hondo está muy bien condicionada, y la recompensa de poder ver el interior del volcán desde lo más alto bien merece la pena el esfuerzo.

Desde allí arriba vimos a lo lejos el que sería nuestro siguiente destino, el que sirvió de punto de partida de nuestro recorrido por la costa oeste del municipio de la Oliva, mucho más tranquilo y virgen que lo que habíamos visto en Corralejo. Comenzamos en el Faro del Tostón, un lugar en el que sentimos la violencia del océano con mucha más intensidad.
Sin embargo, amparados entre las rocas de Caleta Marrajo encontramos una pequeña cala que resultó ser un refugio de auténtica paz y tranquilidad, aislados de las olas y del fuerte viento que da nombre a la isla.

Pero de pronto nos dimos cuenta que la marea subía, y nuestro espacio iba a desaparecer engullido por el agua, así que no tuvimos más remedio que trasladar nuestro campamento a la Playa de la Concha, mucho más concurrida, aunque igualmente bonita. El Castillo del El Cotillo también resultó ser un lugar ideal en el que sentarse a contemplar la inmensidad del Atlántico.
Mucho más inhóspitas son las playas de Tebeto o del Águila. A esta última, únicamente se puede acceder por una escalera que parece que va a derrumbarse en cualquier momento. Pese al viento que azotaba con fuerza, una enorme pared nos protegía de sus efectos, así que allí disfrutamos de un rato de descanso antes de continuar con nuestro viaje.

Y qué mejor manera de seguir que haciendo una parada cerca de la Montaña de Tindaya, un lugar sagrado para los majoreros, fruto de veneración y polémicas a partes iguales. En la actualidad no es posible acceder a ella por el sendero habilitado, ya que se están llevando a cabo actuaciones para convertirla en un lugar que se pueda visitar de forma sostenible. Pero hay que reconocer que sólo verla desde cerca ya impresiona.

Cerca de la costa también está ubicado el Barranco de los Enamorados, un lugar al que se accede a pie por un camino no asfaltado (te recomiendo ir con zapato cómodo). Quizá por ello sea uno de los secretos mejor guardados de Fuerteventura. Te adentras poco a poco en un paisaje plagado de formaciones rocosas de lo más originales y restos fósiles. La forma en que la roca ha quedado curiosamente erosionada se debe a antiguas acumulaciones de arena bajo el mar, que posteriormente han quedado al descubierto por el descenso en el nivel del mismo. Este lugar está declarado Bien de Interés Cultural, con categoría de Zona Paleontológica.

Para concluir con el recorrido por La Oliva, qué mejor que acercarse al pueblo que da nombre al municipio, donde vale la pena dar un paseo por los alrededores de la Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria.
Sobre todo nos encantó visitar los cercanos Molinos de Villaverde, uno de los más bellos exponentes de otro de los símbolos de la isla de Fuerteventura.
Estos tres molinos destacan principalmente por su ubicación en lo más alto de un montículo, observando a las cercanas poblaciones desde las alturas.
En Fuerteventura también aprendimos que no solo existen los molinos, sino también las molinas, que se diferencian de los anteriores por la separación entre la maquinaria y la edificación, que consta de una sola planta rectangular y no circular, lo que permite realizar todos los trabajos en un mismo espacio.
Dónde comer en La Oliva:
El Goloso de Lajares, Lajares: perfecto para un tentempié tras una ruta de senderismo. Zumos naturales y dulces caseros exquisitos.
Los Podoformos, Tindaya: un restaurante a los pies de la montaña sagrada, excelentes platos elaborados con carne de cabra y vistas espectaculares.
Restaurante Avenida, Corralejo: comida típica canaria, raciones abundantes y precios muy ajustados.
PUERTO DEL ROSARIO
Este municipio toma su nombre de la capital de Fuerteventura, antiguamente conocida como Puerto Cabras. Allí fue donde decidimos hacer base por su ubicación en el centro de la isla, su amplia oferta de restaurantes y su cercanía con el aeropuerto. Al principio nos generó algunas dudas esta decisión, pero la verdad es que fue un acierto, ya que es una ciudad tranquila en la que encontramos algunos de los mejores restaurantes del viaje.

Pese a no ser la zona más turística de la isla, la ciudad esconde algunos pequeños tesoros que merece la pena conocer, especialmente en la zona más cercana a la costa.
Una de las primeras cosas que hicimos fue acercarnos al Parque de Playa Chica, un bonito paseo construido en un entrante hacia el océano.
Al final del mismo, junto a uno de los muchos esqueletos de cetáceos expuestos a lo largo de la isla, en lo que se hace llamar la Senda de los Cetáceos, nos sentamos a contemplar la aparente tranquilidad del Atlántico.

Muy cerquita, en paralelo al puerto, paseamos junto a un conjunto de esculturas y nos dejamos perder por unas escaleras que subían a la parte alta de la ciudad junto a una plaza llena de curiosos murales.
Nada más atravesar un par de estrechos callejones, nos encontramos de frente con la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario, una pequeña pero bonita iglesia ubicada en el centro de la plaza.

Frente a ella, custodiada por una estatua del propio autor, se encuentra la Casa Museo de Miguel de Unamuno, que conserva objetos y manuscritos del periodo de cuatro meses en que el escritor fue desterrado a la isla por su oposición a la dictadura de Primo de Rivera. Fue breve, pero la isla marcó al escritor bilbaíno y viceversa, y es algo que pudimos notar durante todo el tiempo que pasamos en ella.

Justo al norte de la ciudad, un poco más allá del enorme Faro de Punta Gavioto, fuimos a dar un paseo en las últimas horas de uno de los días del viaje.
Fue allí, junto a unos antiguos hornos de cal abandonados, donde nos llevamos una de las sorpresas del viaje. En el borde del sendero por dónde caminábamos encontramos un mojón del Camino de Santiago que indicaba que la Plaza del Obradoiro, donde entramos unos meses antes tras 6 días de caminata, quedaba a nada menos que 2.355,6 km.

Pero Puerto del Rosario también tiene salida a la costa oeste de la isla, donde esconde pequeños tesoros como el Molino de Tefía, uno de los más bellos que vimos en la isla, y que se cruzó en nuestro camino de casualidad cuando conducíamos hacia el Puertito de los Molinos para ver la puesta de sol.
En Puertito de los Molinos encontramos un lugar mágico. Una playa apartada de todo, un pequeño chiringuito, algunos animales que campaban a sus anchas y un espectacular cielo rojizo que nos deslumbraba.
