Durante nuestro road trip de 30 días rodeando los Alpes hubo varios cambios de planes, pero ninguno fue tan acertado como el que nos llevó a pasar dos noches en la ciudad austriaca de Bregenz, en la orilla este del Lago de Constanza.

Esta decisión nos permitió conocer esta ciudad repleta de cultura, la preciosa Feldkirch y el pequeño y desconocido país de Liechtenstein.
BREGENZ
Bregenz es una población de menos de 30.000 habitantes, capital del estado de Vorarlberg, y está ubicada muy cerca de la frontera con Alemania, Suiza y Liechtenstein. Es una base idónea para explorar una zona llena de pueblos de ensueño y valles alpinos o incluso para recorrer el cuarto país más pequeño de Europa, Liechtenstein.

Podríamos dividir la visita a Bregenz en dos mitades. La primera parte nos permitió viajar al pasado subiendo a Altstadt, la ciudad antigua. Alejada de la orilla del lago, en una zona más elevada y tranquila, encontramos un grupo de edificios medievales rodeados por una muralla. Accedimos a ella por el Stadtsteig, un callejón con una fuerte pendiente que nos llevó directamente hasta la Martinsturm, una torre barroca construida en el siglo XIII con una curiosa cúpula con forma de cebolla.

A partir de ese punto nos dedicamos a recorrer sus cuidadas calles, pasamos junto al Altes Rathaus (antiguo Ayuntamiento) y al Deuringschlössle, una enorme residencia del siglo XIV.
Rodeados por las típicas casas de piedra con la estructura de madera vista y del suelo empedrado de Graf-Wilhelm-Straße tuvimos la impresión de estar en un oasis temporal, instalados en plena Edad Media.
Volvimos a la realidad cuando de nuevo atravesamos el arco de salida de la muralla, todavía protegido con un amenazante rastrillo o puerta enrejada que por suerte permaneció subido a nuestro paso.
A pocos metros de allí encontramos la prominente Iglesia del Sagrado Corazón o Herz Jesu, construida en estilo gótico tardío sobre una enorme plataforma que, junto al barrio antiguo, parece proteger la ciudad de Bregenz desde las alturas.

Este fue el final de nuestro viaje al pasado, ya que conforme nos acercábamos a la orilla del lago parecía que poco a poco volvíamos al presente. Esta sensación se confirmó definitivamente cuando nos plantamos en la puerta del Museo de Arte de Bregenz (Kunsthaus Bregenz). Este edificio en forma de cubo acristalado, obra del arquitecto suizo minimalista Peter Zumthor, nos atrajo hacia su interior de manera inexorable.
El diseño del edificio adapta los espacios para el arte que se exhibe en sus exposiciones, creando una coexistencia y una redefinición de la relación entre el arte y la arquitectura. En palabras del propio arquitecto "...desde el exterior, el edificio parece una lámpara. Absorbe la cambiante luz del cielo o de la niebla del lago, que refleja la luz y el color y da un indicio de su vida interna de acuerdo con el ángulo de visión, la luz del día y el tiempo."
La luz que es capturada por la fachada de cristal se filtra a través de una cámara que la capta y distribuye a través de los espacios de la galería.

El interior del museo complementa la sencillez exterior y la estética minimalista. Los espacios de la galería están compuestos de materiales con mínimos diseños, pero muy eficaces en los detalles y las condiciones atmosféricas.
La forma en que el vidrio esmerilado brilla contra la luz le da una textura visual aterciopelada, que continúa en el interior con la suavidad del hormigón pulido. Allí dentro nos encontramos un mundo extraño y magnético, en el que las salas diáfanas albergaban una exposición de Otobong Nkanga, una artista visual y de performance nacida en Nigeria y residente en Amberes. Su trabajo, a través de unos tapices vibrantes de gran escala, denuncia la explotación de los recursos naturales y la ambición humana, y explora los cambios sociales y topográficos de su entorno.
Las obras tejidas, colgadas por separado en cada piso del Kunsthaus, iban cambiando conforme íbamos subiendo de piso en piso, como si cada nueva sala fuera la misma que la anterior pero modificada por algún tipo de conjuro.
Los materiales básicos del interior daban a los espacios de la galería una marcada sensación de frialdad, trabajada para dar cabida y realce a la obra de arte en el espacio. Cuando la luz entra a través de la cámara, el hormigón pulido parece desmaterializarse y diluirse, permitiendo que las cerradas galerías se inunden de claridad. La combinación de la difusa luz natural y la paleta de materiales neutros crean una unión coherente, un museo de arte contemporáneo donde ni el arte ni la arquitectura se eclipsan entre sí.
Zumthor consigue transformar las soluciones técnicas y racionales en situaciones sensuales y poéticas. La simple visita a esta maravilla arquitectónica hizo que ya valiera la pena la parada en Bregenz.
Justo al lado, otro edificio singular a orillas del Lago de Constanza es el Vorarlberg Museum, construido en su totalidad con materiales sostenibles y sin tratamiento que fueron elegidos a partir de criterios ecológicos.

Muy cerca de allí se encuentra el lugar ideal para concluir un día en Bregenz. El llamado Molo es un mirador con escaleras que bajan directamente al agua. Un lugar perfecto para sentarse y observar el atardecer o simplemente para dar un relajado paseo escuchando como las olas de este enorme lago atravesado por el Rin golpean el hormigón de la escalera mientras la ciudad va iluminándose a lo lejos.

Para terminar de descubrir Bregenz, decidimos hacer una caminata desde nuestro alojamiento en la vecina ciudad de Kennelbach hasta el Castillo Hohenbregenz, un edificio del siglo XI ubicado en lo alto de una colina desde la que se pueden tener unas vistas privilegiadas de los alrededores de Bregenz y de la parte del Lago de Constanza en la que desemboca el Rin.
BREGENZERWALD
Siguiendo la continua búsqueda de lugares arquitectónicos aislados que acompaña a la mayoría de nuestros viajes, los alrededores de Bregenz nos daban la oportunidad de agudizar nuestros sentidos de orientación e intuición.

Esta búsqueda nos ha llevado en muchos casos, como "daño colateral", a descubrir lugares que nunca antes se pondrían en nuestro camino si no asumiéramos ese pequeño riesgo.
El primero que conseguimos encontrar fue una guardería llamada Kindergarten Am Engelbach. Construida completamente en madera en una tranquila zona residencial de Lustenau, este centro educativo diseñado por Innauer-Matt Architekten nos mostró como una guardería puede ser un lugar abierto y de descubrimiento para los más pequeños.

Más difícil fue acceder a la Villa Romana Marte, escondida en los alrededores de un polideportivo en un pueblo llamado Rankweil. Esta actuación del estudio de arquitectura Klostergasse, ubicado en Bregenz, alberga los restos de un antiguo asentamiento romano, poniéndolos en valor a través del uso del acero corten, cuyo intenso color cobrizo contrasta de manera dramática con la verde naturaleza que rodea a este espacio.
Pero sin duda, lo más satisfactorio fue adentrarnos en el Bregenzerwald, una preciosa región alpina del estado austriaco de Vorarlberg, llena de prados, miradores y pequeñas poblaciones. Nosotros andábamos a la caza de un par de capillas perdidas entre las montañas.
La primera de ellas era la Capilla Salgenreute, del arquitecto austriaco Bernardo Bader. Tras dar unas cuantas vueltas por la ubicación que marcaba el GPS, finalmente vimos un prado vallado lleno de vacas. En el borde, una cuerda sujetaba un cartel en el que se podía leer algo así como que la visita a la capilla requería cruzar dicho prado, una propiedad privada, y que se podía hacer únicamente bajo la responsabilidad de cada visitante.

No nos lo pensamos mucho, y seguimos los pasos de una familia austriaca que llevaba a la mayor de sus integrantes al mismo lugar. Curiosamente una de las mujeres del grupo acabó hablando con nosotros en perfecto español sobre la belleza del lugar.
Cuando por fin la capilla apareció ante nuestros ojos no pudimos nada más que rendirnos ante la belleza y la sencillez de un espacio de culto que, incluso para los no creyentes, resulta de gran paz y espiritualidad. De nuevo el contraste del intenso verde de los prados y el azul de un cielo libre de nubes con los colores de la capilla todavía resaltaba más sus cualidades.

Y es que la capilla Salgenreute (coordenadas: 47º29'30,8"N 9º55'04.5"E) está construida en madera y piedra, materiales que ven modificados sus tonos gracias a la luz del sol, que vuelve la fachada más oscura y negra en el sur y gris plateado en el norte.
La forma del templo está inspirada en la antigua capilla de hace 200 años. El interior está dominado por la madera homogénea de la pared y el techo. La luz que brilla a través de la ventana frontal proporciona una atmósfera especial y la vista a través del blanco del ábside conduce directamente a la naturaleza.

Salimos de allí en la dirección que nos había marcado la familia austriaca con la que compartimos la visita, buscando un punto en el que parar a hacer un picnic. Se puede decir que fue ese lugar el que nos encontró a nosotros, ya que, tras un par de curvas en la carretera, cerca de una pequeña aldea llamada Hittisau, un banco situado en dirección a un precioso valle nos esperaba con los brazos abiertos.
Fue uno de los momentos de mayor sensación de libertad en todo el viaje, demostrando que las pequeñas cosas son habitualmente las que marcan la diferencia.
Completada la parada, seguimos hacia el sur, en dirección al Hinterer Bregenzerwald, la parte más elevada del "Bosque de Bregenz". Allí teníamos como objetivo otra capilla, pero esta vez no iba a resultar tan sencillo.
Cuando llegamos al punto que marcaba el GPS como destino final, un precioso pueblo llamado Schnepfau nos esperaba a la sombra de una gigante montaña de roca. Allí estuvimos dando vueltas sobre nosotros mismos, pero ni rastro de la capilla.

Tuvimos que tirar de ingenio para descubrir que el pequeño templo llamado Bergkapelle Wirmboden se encontraba escondido en un minúsculo poblado de agricultores en las faldas de la mencionada montaña.
El acceso al poblado era un poco complicado ya que, tras dejar el coche aparcado en el borde de un camino de montaña, aún tuvimos que ascender por un empinado sendero durante más de 30 minutos hasta alcanzar este lugar mágico.

Como sacado de uno de los mundos inventados por Tolkien, un grupo de casas de madera nos esperaba en completo silencio, con las ventanas y puertas cerradas a cal y canto, como si la vida en ese lugar se hubiera quedado dormida.
Esta aldea llamada Wirmboden es un Vorsäß al pie de la empinada vertiente norte de la montaña, donde se practica tradicionalmente la trashumancia (pasar el ganado desde los pastos de invierno a los de verano, y viceversa).
Y te preguntarás, ¿qué son los Vorsäß? Pues son los más bajos de los pastos en los que se alimenta al ganado, mientras que los más altos, utilizados en los meses más cálidos del verano, se llaman Alpe.

Casi todos los Vorsäß tienen su propia pequeña capilla o al menos algún espacio designado para la celebración de misas y la consagración tradicional de los granjeros y su ganado.
Contando con las diferentes opiniones de los usuarios de la aldea, no resultó sencillo para el estudio de arquitectura Innauer-Matt encontrar una solución que hiciera felices a todos. Finalmente fueron ellos mismos quienes negociaron, concibieron, planificaron y finalmente construyeron esta capilla en el transcurso de tres años.
Las paredes de la Bergkapelle Wirmboden (coordenadas: 47º20'32,6"N 9º56'02.8"E) están hechas de piedras recogidas alrededor del lugar. Las tejas cubren el fuerte entramado, y una entrada de madera estrecha conduce al pequeño oratorio. Con su interior sencillo y humilde, la capilla es ante todo un lugar de conmemoración y reflexión en un ambiente de total tranquilidad, solo alterada por la difusa luz que accede a la capilla a través de una abertura en la cubierta.
Nos impregnamos de la completa calma y disfrutamos de la soledad más absoluta, mientras observábamos la pequeña capilla, un espacio con capacidad para únicamente 2 personas que sirve para saciar las necesidades espirituales de los habitantes de este inhóspito, una joya en las montañas.
FELDKIRCH
Tenemos que reconocer que antes de llegar a la región de Vorarlberg, nunca habíamos oído hablar ni de Bregenz, su capital, ni mucho menos de Feldkirch. Sin embargo, en cuanto nos informamos un poco tuvimos claro que no nos íbamos de la zona sin hacer una parada allí.
Feldkirch está enclavado junto a un trifinio, o lo que es lo mismo, la confluencia de tres fronteras diferentes. En este caso hablamos de un cruce de fronteras entre Austria, Suiza y Liechtenstein, de modo que aprovechamos que nos dirigíamos a visitar el último de estos tres países para detenernos y recorrer las calles medievales de la ciudad.

Comenzamos cruzando el río Ill, afluente del Rin, entrando a Feldkirch por su parte sur. Nos dejamos ir por sus callejuelas hasta alcanzar la Marktplatz, que no podía hacer mayor honor a su nombre, pues nada más llegar nos la encontramos en todo su esplendor, repleta de puestos de comida y productos artesanales, así que aprovechamos la ocasión para aprovisionarnos mientras contemplábamos los múltiples edificios medievales que bordean la plaza.

Pasamos junto a la Johanniterkirche en nuestro camino hacia la Monforthaus, un bonito y moderno centro cultural polivalente que, gracias a la amabilidad del personal de la entrada, pudimos visitar sin casi ningún tipo de restricciones.

Desde ahí tomamos el Schloßsteig (subida/sendero al castillo) para llegar a los pies del Castillo Schattenburg, una fortificación del siglo XIII que conserva la esencia de su época de origen. La lúgubre entrada casi esconde la poca luz que se asoma por la parte superior del edificio, dando la sensación al visitante de que está accediendo a un lugar prohibido.

Este aspecto tétrico interior contrasta con sus terrazas exteriores de piedra que bordean el castillo, desde las que se puede controlar y contemplar casi toda la ciudad.
Continuamos el recorrido en dirección al ayuntamiento, cuya fachada está decorada con curiosos murales, y la Domplatz, la plaza en la que se ubica la Catedral de Feldkirch, construida en estilo gótico, pero con un aspecto austero debido al color gris de sus muros exteriores.

Regresamos a nuestro punto de partida zigzagueando por los estrechos callejones del centro de Feldkirch, como el Marktgasse (Callejón del Mercado), el cual nos devolvió a la parte más concurrida de la población, ya con la mente puesta en cruzar la frontera y descubrir el pequeño estado de Liechtenstein.
LIECHTENSTEIN
Y es que cómo íbamos a desaprovechar la oportunidad, estando tan cerca, de cruzar una frontera más en nuestro viaje y conocer el cuarto país más pequeño de Europa, que además comparte con Uzbekistán el honor de ser los dos únicos países del mundo aislados del mar por al menos dos fronteras en todas direcciones.

Desde que entramos nos dimos cuenta que lo que más abunda en Liechtenstein es riqueza, algo que no debe sorprender a nadie teniendo en cuenta su tradición como paraíso fiscal y su estrecha relación con Suiza, originada en la Segunda Guerra Mundial, cuando el principado buscó refugio en la neutralidad helvética para evitar una invasión por parte de la Alemania Nazi.

Apenas 15 minutos después de cruzar la frontera, y tras una breve parada para ver un edificio de Mühleholz, estábamos aparcando en el centro de Vaduz, la capital del país. Esta población cuenta con poco más de 5.000 habitantes y los edificios más importantes del país se encuentran en su calle principal, la Städtle.
Comenzamos el paseo en el Ayuntamiento, inaugurado en 1933 en una de las pocas plazas de la ciudad en la que vimos algo de vida. Paseando hacia el sur nos encontramos con algunos restaurantes de precios prohibitivos antes de llegar a la altura del moderno Kuntsmuseum, el museo de arte, del que nos interesó más su aspecto exterior que lo que él albergaba.

La siguiente parada llegó en el Regierungsgebäude, edificio del gobierno, compuesto de un moderno parlamento, obra del arquitecto alemán Hansjörg Göritz, y de un edificio de principio del siglo pasado, que hacía las funciones de parlamente hasta 2008. Fue sin duda lo más impactante que vimos en Vaduz, gracias al contraste entre la arquitectura de ambos edificios y las formas rectas y definidas del más moderno de ellos.
Concluimos el paseo dando una vuelta alrededor de la Catedral de San Florín y acercándonos al Centrum Bank, otro singular y moderno edificio diseñado por el arquitecto vienés Hans Hollein.

Llevábamos algo menos de una hora en Liechtenstein, y todavía estábamos un poco fríos con respecto a este país, quizá por el fuerte viento que arreciaba, o quizá por las pocas cosas excitantes que ofrece al visitante.
Por ello decidimos subir de nuevo al coche y buscar algo más de acción en puntos más elevados en las montañas alpinas. Lo primero que nos atrajo fue el Castillo de Vaduz, localizado en lo alto de una colina encima de la capital. Es sin duda el lugar idóneo para que el Príncipe y su familia residan y tengan controlados a todos sus súbditos.

Continuamos subiendo hasta que, en un pequeño pueblo llamado Triesenberg, encontramos un bonito mirador desde el que las enormes montañas suizas al otro lado del valle y el Rin, el río que marca la frontera entre ambos países, parecían diminutos.
Nuestro ascenso concluyó en Malbun, a 1.600 metros sobre el nivel del mar. Allí, perdida entre montañas, se encuentra la única estación de esquí del país.

Regresamos hacia nuestro alojamiento junto al Lago Constanza con una visión completamente diferente a la que teníamos al principio del viaje sobre una zona del centro de Europa que, poco tiempo antes nos resultaba completamente desconocida. Con sus puntos fuertes y débiles podemos decir que pararnos allí fue una gran decisión, y es que nada puede salir mal cuando se está rodeado de montañas y lagos alpinos.
A continuación te dejamos el mapa con los principales lugares que ver en Bregenz, Feldkirch y Liechtenstein.
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